Cambio Climatico: Otra ocasion fallida
Como anfitrión e inminente presidente de la Unión Europea, Blair le concedió a Bush un importante espacio de retroceso respecto del Protocolo de Kyoto sobre cambio climático, que ha sido firmado por la mayoría de la comunidad internacional y que contiene metas específicas para que los países reduzcan las emisiones de gases que lesionan la atmósfera.
Estados Unidos es el que mantiene ese compromiso multilateral en la inutilidad, negándose a aceptar que, detrás del deterioro ecológico global, está la mano del hombre. No era éste -Escocia- el lugar para resolver las diferencias, aseguró Blair cuando presentó el comunicado del G-8, una serie de formulaciones retóricas que eludieron, cuidadosamente, las medidas concretas en una cuestión tan urgente que, muchos expertos aseguran, el mundo no tiene más que diez o quince años para actuar antes de que el daño mayor sea irreversible.¿Cómo justificó el paso Blair, quien hasta ahora había mantenido una posición de defensa de Kyoto, que era uno de los pocos temas en que no se mostraba por completo tributario de la voluntad de Bush? Lo hizo intentando desplazar el eje de responsabilidad. Kyoto está atrapado en un impasse por la imposibilidad de sumar a Estados Unidos, pero lo que Blair destacó es la necesidad de que el esfuerzo sume rápidamente a China y la India, otros dos grandes consumidores de energía en ciernes. No habría -explicó- cooperación de Beijing y Nueva Delhi sin incorporación de Washington; una verdad sólo a medias, pero que sirve para desviar la atención de la voracidad energética de Estados Unidos, que constituye el eje del problema.
Bush no necesitó sino hacer alguna concesión cosmética -parece que ahora el hombre tiene algo que ver con los males de su medio ambiente- y poner a sus negociadores a trazar en el texto horizontes de formas sustitutas de energía, fantasiosos porque o están lejos de ir más allá de la teoría y el laboratorio o bien porque en cualquier caso una conversión será una demanda largamente inaceptable para las grandes actividades económicas que contaminan.
Estados Unidos es el que mantiene ese compromiso multilateral en la inutilidad, negándose a aceptar que, detrás del deterioro ecológico global, está la mano del hombre. No era éste -Escocia- el lugar para resolver las diferencias, aseguró Blair cuando presentó el comunicado del G-8, una serie de formulaciones retóricas que eludieron, cuidadosamente, las medidas concretas en una cuestión tan urgente que, muchos expertos aseguran, el mundo no tiene más que diez o quince años para actuar antes de que el daño mayor sea irreversible.¿Cómo justificó el paso Blair, quien hasta ahora había mantenido una posición de defensa de Kyoto, que era uno de los pocos temas en que no se mostraba por completo tributario de la voluntad de Bush? Lo hizo intentando desplazar el eje de responsabilidad. Kyoto está atrapado en un impasse por la imposibilidad de sumar a Estados Unidos, pero lo que Blair destacó es la necesidad de que el esfuerzo sume rápidamente a China y la India, otros dos grandes consumidores de energía en ciernes. No habría -explicó- cooperación de Beijing y Nueva Delhi sin incorporación de Washington; una verdad sólo a medias, pero que sirve para desviar la atención de la voracidad energética de Estados Unidos, que constituye el eje del problema.
Bush no necesitó sino hacer alguna concesión cosmética -parece que ahora el hombre tiene algo que ver con los males de su medio ambiente- y poner a sus negociadores a trazar en el texto horizontes de formas sustitutas de energía, fantasiosos porque o están lejos de ir más allá de la teoría y el laboratorio o bien porque en cualquier caso una conversión será una demanda largamente inaceptable para las grandes actividades económicas que contaminan.
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