Recomendando. Lo Moderno y la Nueva Pauta de Debates en el País
El artículo que les recomiendo a continuación me pareció muy interesante y preclaro a la hora de abordar el actual debate en Chile como así también los procesos que se desprenden de él a propósito de muchos juicios elaborados en el correr de los noventa y principios de este nuevo siglo, sin lugar a dudas es un buen artículo y espero que les guste como a mí para comenzar a mirar con más fineza lo que esta detrás de los debates que hoy se enmarcan en Chile, esa necesidad de distinción del los partidos políticos me parece muy interesante y es señalada en el texto a continuación.
El autor del texto es el señor: Antonio Cortés Terzi: sociólogo y Director del Centro de Estudios Avance.
El artículo es públicado en uno de mis links la página Asuntos Públicos. Espero sea de su agrado.
Lo Moderno y la Nueva Pauta de Debates en el País
29/05/2007 Por Antonio Cortés Terzi
Casi sorprendentemente, en pocas semanas la pauta de debates políticos se amplió y cambió significativamente, creándose un cuadro de discusión que contrasta con el empobrecido y tedioso cuadro anterior y que se había mantenido por largos meses. En efecto, en los últimos días se han visto aparecer o reaparecer temas atinentes a educación, a crecimiento económico, a impuestos, a previsión, a derechos laborales, a distribución del ingreso, a concentración económica, etc. Incluso, sin mucho escudriñar, se redescubre cierta vocación por querer debatir acerca de la noción de Estado, de libertad, de la naturaleza del hombre, etc.
Ninguna duda cabe que se trata de un cambio altamente positivo y saludable para el país. Por lo mismo, resultaría óptimo que ese temario perdurara y, sobre todo, que perdurara el interés que devela por los tópicos trascendentes.
Fugacidades
Esta expresión de deseo proviene de algún grado de duda acerca de la duración que tendrá el cuadro descrito. Hay suficientes indicios y experiencias como para sospechar que en Chile las preocupaciones políticas, intelectuales y mediáticas son un tanto “veleidosas” y erráticas y que tienden a ser muy sensibles a las lógicas del zapping.
Pero, además, detrás de este cambio específico en la agenda de discusión se visualizan –al menos, hipotéticamente- algunos contextos y causas que también pueden propender hacia su transitoriedad. Contextos y causas muy estrechamente ligados a situaciones y movimientos de la política contingente.
Es muy verosímil pensar, por ejemplo, que el gobierno –más allá de sus requerimientos programáticos- tenía un gran interés por incorporar a las discusiones temas polémicos que le ayudaran a salir de la asfixia producida por los efectos del Transantiago. Y, en rigor, también para la derecha esa era una necesidad, pues la centralidad de los debates sobre el Transantiago se rutinizaban, empezaban a saturar al público y la derecha no recogía los frutos esperados.
También a la derecha, por otra parte, le comenzaba a urgir poner en práctica su “gabinete en las sombras” y su voluntad por competir con la agenda programática del gobierno, particularmente en aquellas materias más relacionadas a áreas donde muestra mayores déficit electorales. Y todo ello en aras de estrenar su incipiente e inconclusa nueva estrategia opositora y electoral que pretende, en lo grueso, radicalizar su rasgo opositor y, simultáneamente, exponer dotes gubernamentales alternativas.
En la Órbita Presidenciable
Al seno de la Concertación, por otra parte, hace rato que ronda un afán diferenciador. Sus partidos quieren marcar y remarcar diferencias entre ellos, pero también lo quieren hacer sus grupos y subgrupos internos. La velada carrera entre presidenciables, pre-presidenciables, semi-presidenciables o potenciales presidenciables es otro estimulo para el afán diferenciador y cuyos principales impulsores son los respectivos acólitos de cada quien.
En definitiva y aunque sea imposible cuantificar su influencia, estos incentivos políticos y político-electorales contingentes, probablemente también están detrás de la emergencia de la nutrida pauta de debates relevantes que se ha instalado en el país. El grado de dependencia que la pauta tenga de esa naturaleza de motivaciones, será bastante determinante en la transitoriedad o permanencia que ésta alcance y de la superficialidad o profundidad en el tratamiento de sus temas. Y es determinante, simplemente, porque la política cotidiana y, sobre todo, la política electoral, se mueve en virtud de las variantes de cada coyuntura y de los asuntos que ésta releve comunicacionalmente y, como se sabe, ninguna de ambas es muy amiga de pautas de reflexión y de discusión de largo aliento.
Pero todavía hay otro inconveniente que se puede presentar en caso que la pauta esté demasiado influida por contingencias. Si los temas -o algunos de ellos- se han lanzado, fundamentalmente, por apuros políticos y comunicacionales el riesgo que se corre es que sus planteamientos iniciales –sin importar de dónde vengan- quizás sean excesivamente improvisados, con escaso tiempo de maduración y que, por ende, los debates se desvíen hacia las tonalidades y matices y terminen reflejando limitaciones o incapacidades para que determinados temas sean enfrentados en la dimensión que requieren y en la perspectiva histórica necesaria.
Una Pauta sobre Bases Reales
De cualquier forma, hay que asumir que la “nueva” pauta ya está sobre la mesa de las discusiones y que, con independencia de sus probables condicionamientos políticos, sus temas responden a demandas objetivadas por las nuevas realidades en las que se desenvuelve la sociedad chilena y por los problemas y desafíos futuros que incuba ese desenvolvimiento. Y debe reconocerse también que transversalmente, tanto en el mundo de la política como en el mundo de la intelectualidad, hay un buen número de actores efectiva y fuertemente inclinados a la reapertura de procesos de reflexión y discusión con connotaciones históricas. En gran medida, está en mano de esos actores que el “nuevo” temario de discusiones se mantenga en el tiempo o se subsuma en el afiebrado clima puramente electoralista que se avecina raudamente.
En el marco de esta nueva pauta ya han salido a la luz algunos debates que, si bien tienen su origen en propuestas legislativas, han estado acompañados de pronunciamientos conceptuales o sugieren debates de esa naturaleza.
Temas Doctrinarios Sustanciales
Una primera cuestión interesante de observar a propósito de esas discusiones es que, después de bastante tiempo de ausencia, se empieza a insinuar el retorno de polémicas en torno a pensamientos y definiciones sustantivas que están en las matrices doctrinarias de las diversas culturas políticas. Hasta no hace mucho ese tipo de discusiones eran marginales (y marginadas) y las distinciones entre las culturas políticas se establecían a través de asuntos puntuales, con argumentaciones “técnicas” y con discursos con acentuados sesgos político-comunicacionales e inmediatitas.
Esta observación es tanto más interesante, pues refleja que se tienden a superar los soslayamientos, mimetismos, o francos ocultamientos –premeditados o inconcientes- que adoptaron –con variaciones de grados- virtualmente todas las culturas políticas durante un buen espacio de tiempo y que, en el fondo, era consecuencia de vulgares y modales ideologismos: el fin de las ideologías, la extemporaneidad de las divisiones entre izquierdas, centros y derechas, la delgadez de las fronteras entre las distintos partidos políticos, etc. Hoy, las corrientes políticas chilenas parecieran no sólo haber redescubierto que la política también incluye conflictos significativos entre pensamientos, sino que alientan y desarrollan conflictividades en ese plano con el claro propósito de encontrar reidentificaciones diferenciadoras.
Pese a su insipiencia y ripios, la apertura de debates conceptuales, de controversias entre pensamientos y cosmovisiones es un proceso –como ya se dijo- altamente positivo. Sin embargo, y siguiendo con las observaciones de los debates ya planteados, es conveniente llamar la atención sobre algunos aspectos, de forma y de fondo, que de alguna manera merman las expectativas que esa misma apertura genera.
Dificultades para Pensar lo Moderno
En las líneas que siguen se abordan –muy sintéticamente, por supuesto- un par de esos aspectos, teniendo como principales puntos de referencia aquellas discusiones que en los últimos días han alcanzado más relieve y que expresan o se articulan al ámbito conceptual.
El primer comentario que cabe –y que es de rango genérico- alude a un problema que este autor y en estas mismas páginas ha reiterado, a saber, las dificultades o carencias que tienen los debates político-intelectuales en Chile en cuanto a tratar los asuntos sustantivos inmersos en los significados, dinámicas y lógicas de la modernidad.
Lo que aquí se afirma es que los grandes temas que se le plantean a la sociedad chilena están dentro de los parámetros reconstructivos/deconstructivos que entrañan los procesos modernizadores y que aquellos temas que pudieran considerarse propios y heredados de un pasado “tradicional” son reacondicionados o subsumidos por esos mismos procesos. En consecuencia, el devenir de la política y del conflicto político está signado por las características y dinámicas y de la modernidad.
Del supuesto anterior emana una gran dificultad para la política y para el pensar político, pues no hay todavía en Chile una traducción más o menos acabada y uniformadora del contenido, sentido, formas, etc., que reviste la modernidad en naciones como la nuestra ni tampoco una visión precisada acerca de las funciones de la política en la conducción de procesos modernizadores. La noción que de hecho se impone considera la modernidad, básicamente, como una meta o etapa ya definida a la que hay que arribar y cuyo paradigma está dictado por los países centrales. Los procesos modernizadores, por su parte, se entienden, en lo grueso, como la “adquisición” y “consumo” de la sociedad y sus subestructuras de los avances científico-tecnológicos para avanzar hacia el paradigma moderno.
Limitaciones del Rol de la Política
Vista así la modernidad y sus procesos, la política tiende a ser concebida con funciones históricamente semi pasivas, puesto que ni le correspondería ofrecer paradigmas ni tampoco su función podría ir más lejos que tomar medidas para que el país se adapte a la recepción de la modernización proveniente de la “compra” de instrumentos modernizadores.
Sin una “nacionalización” de la idea y del concepto de modernidad, la política tiende a perder capacidad para tratar los problemas modernos, fundamentalmente porque los desintegra sustrayéndole sentido de totalidad. Una primera desintegración ocurre porque la propia modernidad es factualmente desintegrada entre su idealidad (paradigma) y su desarrollo real en el contexto nacional. Y una segunda –derivada de la anterior- se produce porque muchos de los temas problemáticos son escindidos artificialmente, distinguiéndolos entre problemas modernos y “premodernos” o tradicionales, sin asimilar la integración sintética que existe entre ambos modernos y que da lugar, precisamente, a un tipo peculiar de modernidad.
En lo concreto y en muchos casos esto se expresa en que los objetivos modernizadores que traza la política responden a diseños idealísticos irrealizables como tales, merced al entorno específico y real de modernidad en que se halla el problema que se trate.
El Tema Educacional como Ejemplo
Así, por ejemplo, en los debates sobre calidad de la educación se nota la falta de un sentido “terrenal-nacional” de lo que se entiende por tal calidad. Se le da a ésta una connotación unívoca y ahistórica, pues se la caracteriza a partir de lo requerido por el imaginario ideal de un país moderno y no se la conceptualiza desde las necesidades y capacidades de un país en proceso modernizador, distinto, además, de los procesos seguidos por los países centrales.
Por otra parte –y siempre dentro del tema educacional-, la relativa carencia de ópticas modernas en los debates se manifiesta en el escaso énfasis que se la está dando a dos asuntos de vital importancia, que son extremadamente gravitantes en lo moderno y que se imbrican en situaciones que crean un marco inédito para las políticas educacionales .
Uno de ellos es el menor y distinto papel que desempeña la familia en el sistema educacional, básicamente, por dos razones bastante estudiadas:
i) por la mayor incorporación de la mujer al mundo laboral, lo que cambia el hábitat familiar tradicional y, por ende, la relación educación/familia, y
ii) por la brecha educativo-cultural que se ha generado entre padres e hijos –en un buen número de hogares- en virtud de la extensión promedio de años de estudios y de la más rápida inserción de las nuevas generaciones a las prácticas de la vida moderna cotidiana.
Educación Cultural-Valórica Debilitada
Y el segundo asunto se encuentra en lo que podría llamarse “debilitamiento estructural” de la educación sistémica, fundamentalmente, en el campo cultural-valórico, aunque no sólo allí. En efecto, ninguna duda cabe que ha habido un gran cambio en el peso que tenía el sistema educacional tradicional en la formación integral de los educandos y que repercute en todos los ámbitos de la educación. Uno de los orígenes de ese debilitamiento –probablemente el más estudiado- está en la masificación de los modernos medios de comunicación e informáticos, masificación que deviene en una suerte de red formativa informal “competitiva” con la educación formal. Pero el fenómeno tiene también otras causas de gran complejidad, de las cuales aquí se mencionan sólo dos de las más importantes: la más temprana incorporación de la infancia a las lógicas y relaciones de mercado y la mayor secularización que entraña la cultura moderna y que tiende a desidealizar las estructuras tradicionales, incluida la escuela, en términos genéricos.
Estas dos transformaciones intrínsecas a la modernidad interrogan conceptos, funciones e instrumentos del sistema educacional tradicional de manera muy radical y profunda. Sin embargo, en muchas de las discusiones actuales sobre el tema lo que se detecta es una insistencia acrítica en la recuperación o fortalecimiento de la estructura educacional bajo parámetros tradicionales.
Dos Reflexiones Finales
Lo escrito hasta aquí sugiere dos reflexiones sustantivas sobre lo que ocurre en el campo de la discusión política trascendente.
La primera es que la proliferación casi abrupta de temas puestos en el debate y los intentos por llevarlos a un plano en el que polemizan cosmovisiones político-culturales, son señales que recogen dinámicas provenientes del desenvolvimiento real del momento histórico. Chile ha cerrado o está cerrando un período histórico que bien podría identificarse como el cierre de una etapa de desarrollo modernizador. Pero se trata de un fin de ciclo políticamente un tanto dramatizado, porque su proceso ha sido percibido con retraso por el mundo político y político-intelectual. Retraso que fundamentalmente se debe a la presencia de un largo período en el que se yuxtapusieron dos transiciones, a saber, la transición modernizadora y la transición democrática, ocupando ésta última la mayor atención de la política y de lo político-intelectual. Las transformaciones modernizadoras, acompañadas de nuevos tipos de problemas y conflictividades, fueron relativamente desatendidas por el ámbito político e intelectual y, por lo mismo, no fue anticipada su fase de declinación ni fue oportunamente tratada la conflictividad moderna emergente.
Así, el fin del ciclo, en gran medida, sorprende a la política y a los políticos y los sorprende en un doble aspecto:
- de un lado, con el “anuncio” de su declinación, ergo, con la demanda de pensar respuestas alternativas, y
- de otro lado, con un sinfín de fenómenos, problemas y conflictos que surgen desde los avances modernizadores y que se han venido acumulando e imbricando, de suerte que conforman escenarios muy complicados.
La complejidad de los escenarios actuales –y la falta de previsión desde el campo político – es, precisamente, lo que dramatiza el cambio de ciclo, puesto que –quiérase o no- la política está reaccionando sin los ejercicios reflexivos previos que exige una situación tal, por ende, con un alto nivel de improvisaciones y dispersiones.
La segunda reflexión estimulada por lo que acontece con las discusiones actuales se relaciona con una sospecha o duda y que se puede resumir en dos preguntas: 1. ¿Las renovaciones que efectivamente han vivido todas o casi todas las culturas políticas chilenas, han adecuado satisfactoriamente a los partidos para recrear pensamientos capaces de aprehender las esencialidades de lo moderno y para asumirlas de manera que puedan ser traducidas en proyectos políticos modernos? 2. ¿Pueden y están dispuestos los partidos a plantearse el impulso de un nuevo ciclo de desarrollo modernizador, cuando todos ellos –aunque en escalas distintas- tienen expresiones intelectuales y políticas que reflejan reticencias o incomodidades ante la modernidad?
También esto último le agrega una cuota de dramatismo a la situación actual, pues nada garantiza que los debates abiertos en vez de avanzar hacia concepciones modernas de la política y del ordenamiento social, involucionen hacia debates que, de facto, sean reivindicaciones de líneas doctrinarias ortodoxas y tradicionales.
Antonio Cortés Terzi: sociólogo y Director del Centro de Estudios Avance
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