Respuesta británica
La comparecencia de Tony Blair ante la Cámara de los Comunes ha confirmado la firmeza del primer ministro frente a la agresión terrorista, así como el apoyo incondicional de la oposición conservadora al Gobierno ante una situación de máxima gravedad. Es notorio el contraste con los días posteriores al 11-M en Madrid, si bien es innegable que la coyuntura política es muy diferente en uno y en otro caso. Pero está claro que a Blair nadie le exige resultados inmediatos en la investigación, ni siquiera se le reprocha el «apagón informativo» o la gestión a cámara lenta de la crisis. Hasta ahora, la tradicional flema británica (de «estoicismo» hablaba ayer el primer ministro) hace honor al tópico, aunque empiezan a escucharse algunas voces críticas ante la evidencia de que, pasados cinco días, no hay una cifra definitiva de víctimas y no se hace oficial la identidad de las mismas, dando lugar a una «espera perturbadora». También los medios de comunicación ingleses han preferido renunciar al impacto informativo para contribuir a la visible normalización de la vida ciudadana. Si los terroristas pensaban que Londres iba a ser vulnerable -social o políticamente- ante la violencia indiscriminada, es obvio que estaban muy equivocados y que no se va a alterar ni un milímetro el rumbo de la política interna o internacional del Reino Unido.
Otra cosa es que la magnitud del acontecimiento tenga una inevitable repercusión a medio plazo. Habrá, sin duda, un debate serio sobre la necesidad de equilibrio y ponderación de intereses entre la eficacia policial, el respeto a la intimidad y el derecho de la opinión pública a conocer la evolución de los hechos. Por otra parte, el modelo de multiculturalismo a la inglesa (que convierte muchas zonas de Londres y de otras ciudades en verdaderos territorios exentos) ha entrado en crisis después del 7-J. La actividad de ciertos líderes religiosos musulmanes y sus prédicas contra Occidente empiezan a ser cuestionadas incluso en un país donde el respeto a las libertades públicas constituye desde hace siglos su principal seña de identidad. En definitiva, Tony Blair sale por ahora reforzado políticamente, pero el ambiente podría deteriorarse si no llegara pronto una información razonable y satisfactoria -en el estado actual de las cosas- que permita a la sociedad hacerse cargo del excepcional desafío al que se enfrenta y prestar su apoyo a las «nuevas leyes» anunciadas ayer en los Comunes.
Otra cosa es que la magnitud del acontecimiento tenga una inevitable repercusión a medio plazo. Habrá, sin duda, un debate serio sobre la necesidad de equilibrio y ponderación de intereses entre la eficacia policial, el respeto a la intimidad y el derecho de la opinión pública a conocer la evolución de los hechos. Por otra parte, el modelo de multiculturalismo a la inglesa (que convierte muchas zonas de Londres y de otras ciudades en verdaderos territorios exentos) ha entrado en crisis después del 7-J. La actividad de ciertos líderes religiosos musulmanes y sus prédicas contra Occidente empiezan a ser cuestionadas incluso en un país donde el respeto a las libertades públicas constituye desde hace siglos su principal seña de identidad. En definitiva, Tony Blair sale por ahora reforzado políticamente, pero el ambiente podría deteriorarse si no llegara pronto una información razonable y satisfactoria -en el estado actual de las cosas- que permita a la sociedad hacerse cargo del excepcional desafío al que se enfrenta y prestar su apoyo a las «nuevas leyes» anunciadas ayer en los Comunes.
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