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Nuestras Conversaciones, el blog de Gonzalo Prieto

¿Miedo o Libertad?

¿Miedo o Libertad? Creo entender la psicosis por la que está pasando Inglaterra, y especialmente su capital Londres después de los atentados, así como la presión a la que deben estar sometidos los agentes del orden y encargados de la seguridad de dicho país. Entiendo que si hay alguna posibilidad de que una persona sea un terrorista suicida cargado de explosivos que pueden saltar por los aires en cualquier momento, se tomen todas las medidas para garantizar la seguridad de todos los ciudadanos. Pero lo sucedido con el joven brasileño muerto por la policía británica me parece excesivo. Hay una serie de preguntas entorno a como se dieron los hechos para las que es difícil encontrar respuesta, porque obviamente la situación era sumamente complicada, generándose todo un debate a nivel mundial sobre el tema. Una de las grandes preguntas que se genera con todo esto es ¿miedo o libertad?
Por ahora el reinado de lo uno supone la expulsión de lo otro. Retengamos eso mientras levantamos acta de que el concepto de “seguridad' ha barrido al de 'cooperación' en el discurso político de los países del bienestar. Desde los atentados de Londres, se ha vuelto a discutir en torno a los límites de la libertad en función de la seguridad. O al revés, los límites de la acción preventiva y represora en función de las intocables garantías de libertad alcanzadas en esa y en otras partes del mundo. En Estados Unidos y Europa, sobre todo, se habla de "tercera guerra mundial" si le ponen la bomba en casa, pero apenas sí se inmutan, quienes lideran esos países, por las cientos de víctimas mortales a causa de una guerra inventada. El discurso debiera ser el mismo, uno solo, el total rechazo a la muerte de personas inocentes. Se debe rechazar el terrorismo y la guerra por igual, se debe evitar que se produzcan más muertes inocentes, puesto que ya se llevan demasiadas. La lucha debe ser en pro de la vida
En Irak no había armas de destrucción masiva, ni Sadam Hussein tenía nada que ver con los atentados terroristas del 11-S. Era un dictador como tantos, pero su derrocamiento ha traído más dolor y más inseguridad. Lo que es peor, ha producido un solo efecto llamado terrorismo. Sobre Irak, donde la reiteración de los atentados se hace insoportable, pero también sobre las sociedades de los países afectados por los atentados y amenazados de ellos. Unas veces, de manera real y otras, en forma de miedo. Miedo que políticamente utilizado por los gobiernos democráticos en nombre de la seguridad, se ha convertido en una palanca de poder y en un excelente pretexto para recortar las libertades de los ciudadanos. Aquí no se trata de perder libertad para ganar en seguridad. El debate de fondo está abierto: ¿libertad o seguridad?, ¿vivir con miedo o vivir libres?, la pregunta es ¿como encontrar el punto medio?
La psicosis y el terror no pueden alcanzar un rango más alto en este debate, esto nos es sano para el mundo, no se puede dudar de cualquier persona calificándola como sospechoso.
La editorial y un artículo aparecidos en el diario El PAIS de España grafican las percepciones sobre lo que esta ocurriendo en esa parte del mundo:

Más que disculpas
EL PAÍS
Editorial
27-07-2005
El primer ministro británico, Tony Blair, ha pedido disculpas por la muerte del joven brasileño Jean Charles de Menezes, de 27 años, al que la policía confundió con un terrorista suicida, disparándole siete tiros en la cabeza mientras permanecía inmovilizado en el suelo. Su ministro de Exteriores, Jack Straw, ha prometido una indemnización a la familia de la víctima. El Gobierno británico reconoce que la expeditiva actuación policial fue un error. Pero ni las disculpas ni la indemnización prometida pueden cerrar un caso que plantea numerosas incógnitas sobre el modo de proceder policial, y mucho menos saldar las posibles responsabilidades por una muerte que, según las circunstancias en que se produjo, no parece que fuera inevitable. Todo indica que hubo más que un error racionalmente admisible en circunstancias en que la policía se enfrenta a una decisión extrema en la que debe elegir entre matar a alguien que puede ser inocente o arriesgarse a un gran atentado.
Blair ha pedido apoyo para las fuerzas de seguridad, abocadas a actuar en un clima de amenaza terrorista cierta e inmediata, en el que la eventual presencia de suicidas introduce un factor aleatorio de difícil control. Pero ese apoyo no puede convalidar cualquier actuación policial. Esta muerte no sólo debe ser investigada por los órganos policiales, como ha anunciado Londres, sino por la justicia, la única que puede dilucidar si se produjo o no una ejecución extrajudicial, inadmisible en un Estado democrático.
La orden de "disparar a matar" contra el sospechoso de ser terrorista suicida puede ser un nuevo factor de alarma ciudadana si se traduce en muertes tan absurdas y difícilmente explicables como ésta. Se desconoce, por ser secreto, el protocolo de actuación de dicha orden, pero sólo sería admisible en circunstancias muy concretas y previamente definidas, en las que el error, siempre posible, pudiera justificarse por una evaluación fundada del riesgo que se pretendía evitar.
Esas circunstancias no parecen concurrir en este suceso. Si era sospechoso, ¿por qué no se le detuvo al salir del edificio vigilado por los agentes, y, en cambio, se le permitió subir a un autobús y después entrar en una estación de metro, sabiendo que eran los lugares de mayor riesgo para la seguridad? Sería inquietante que el principal dato que se tuviera en cuenta fuera la tez morena de De Menezes, porque indicaría que la población de origen no europeo se encuentra en una situación de especial vulnerabilidad.
Queda la duda de si la policía pudo neutralizar ese posible riesgo actuando con mayor diligencia y sin necesidad de causar la muerte de un inocente. Por eso, roza el escándalo que la orden de "disparar a matar" merezca el apoyo en España del presidente del Tribunal Supremo, Francisco José Hernando, algo verdaderamente asombroso en quien preside el máximo órgano jurisdiccional del país y que, dada la amenaza global del terrorismo islámico, podría verse abocado a juzgar casos parecidos.

Desplomado a plomo
E. CERDÁN TATO
EL PAÍS - 27-07-2005
Una décima de segundo antes de que toda la muerte le abrasara los ojos y le esparciera el córtex encefálico por el andén, se le apareció una postal de Belo Horizonte con las viejas ciudades de oro y esmeralda, convertidas en casinos, hoteles y balnearios de lujo. Y más allá, del enmarañado universo vegetal de su infancia, una llamarada de juegos y ausencia enturbió la Vía Láctea. En una última chispa de sabiduría profesional supo que todas las vísceras, tuétanos y humores de su cuerpo constituían un formidable conductor capaz de transportar los electrones del obsceno asesinato hasta el origen de su propia estatura. Una décima de segundo después ya no era más que un despojo, una sustancia sin expresión ni latido, en medio de la sospecha, la perplejidad y los ritmos de una bossanova de María Béthania, que periódica e insistentemente sonaban entre la sangre y la bóveda del túnel: sólo el móvil había sobrevivido a tanta carnicería, y era una hora, una voz y un testigo implacable. Cierto que, durante las últimas semanas, el joven electricista brasileño, se desbocó por los subterráneos de Londres, en un sobresalto de gritos y explosiones, y hasta salió ileso de entre los cadáveres y los metales de un autobús reducido a chatarra. Pero estaba convencido de que lo alcanzarían, como lo alcanzaron, en Río, cuando apenas era un adolescente, los pistoleros de las haciendas, por donde se buscaba unos desperdicios de vida. Y lo alcanzaron, poco después, cuando acudía a su trabajo. De reojo, advirtió cómo le seguían unos individuos corpulentos y de mirada gris, y emprendió una carrera, sin comprender por qué aquellos terroristas lo hacían objeto de tanta fiereza. Alcanzó la estación de Stockwell y en uno de sus andenes sintió un tremendo empujón que lo derribó, luego aquellos tipos se abalanzaron sobre él y percibió sobre su frente el frío del acero. Una décima de segundo antes de que la muerte le abrasara los ojos y le esparciera el córtex encefálico, se le apareció una postal de Belo Horizonte ensangrentada de ocho balazos. En Scotland Yard, sir Ian Blair echó una bocanada de flema y comentó: primero, se tira a matar, y luego, a lo que venga.

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